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Lore
Máscara Illuminus (majestuosa)
Eido se arrastró a toda velocidad por los enormes pasillos de la Ciudad Ensoñada. Seguía un murmullo indistinto, aterrador y convincente a la vez. Un millar de voces, todas murmurando para sí mismas. ¿Cómo llegó hasta aquí?
Se asomó a la esquina de un enorme arco. Más allá, encontró una cámara circular con un elaborado sello tallado en el suelo de piedra. Tres siluetas insomnes se encontraban a intervalos precisos a lo largo del sello tallado.
La cámara no tenía techo; el vacío del espacio se extendía por encima. Las galaxias en espiral parecían llenar la habitación. Eido se dio cuenta de que no respiraba. ¿Estaba muerta?
De repente, Eido se situó en el centro del sello. Volteó en círculo tratando de identificar las siluetas que se cernían sobre ella, pero sus rostros eran inmensos e incognoscibles como el vacío que había encima. Sintió el peso de su atención, como si estuviera cayendo de todas las direcciones a la vez.
Miró hacia abajo y descubrió con horror que el suelo retrocedía. Estaba flotando hacia arriba, en el vacío del espacio. Las siluetas no le prestaron atención mientras se alejaba.
A medida que la cámara se desplomaba bajo ella, el murmullo se condensó y se fusionó hasta que se unificó como un solo gemido de pánico.
Eido se despertó y descubrió que el grito salía de su propia boca. Misraaks se agachó junto a su jergón retorciendo sus manos inferiores con preocupación. "Cálmate, jovencita. Tranquila. Eres Eido. Ahora estás en la única verdad. Estás a salvo".
Le dio un sorbo de éter de su propia y escasa reserva y esperó pacientemente hasta que se calmó. "Háblame de tu viaje", le pidió encarecidamente.
Explicó su experiencia lo mejor que podía hacer una cría.
Misraaks asintió con gravedad. "Los técnidas. Asesores de nuestros anfitriones. Son… como escribas para los insomnes". Se sentó a pensar en silencio.
"Sé que tienes miedo. Pero te aseguro que esto es una bendición", resolvió. "Todo lo grandioso aparece primero como algo monstruoso".
"Puede que llegue un día", continuó, "en que se te vea como un monstruo. Y tu bendición es aterradora para aquellos que no pueden entenderla. Cuando llegue ese momento, recuerda este instante". Eido asintió, aunque no lo entendía del todo. ¿Cómo podía una cría ser un monstruo?
"A mí también me asustan a veces los técnidas", confiesa Misraaks. "Pero debemos mirar más allá de nuestro miedo para encontrar la Luz. Esto es valor. ¿Puedes demostrar valor?".
Eido volvió a asentir.
"Puedes. Lo sé", dijo Misraaks con orgullo. "La Luz provee".
"La Luz provee", murmuró Eido mientras se volvía a dormir tranquilamente.
